Hablando de carga emocional

El concepto de carga emocional puede explicarse desde distintos enfoques; y como en el resto de las disciplinas, cada autor lo aborda en un contexto específico que da significado al propio término. Todos, eso sí, coinciden en que las emociones no gestionadas generan una sobrecarga en el individuo, con consecuencias emocionales, psicológicas o físicas.

El concepto de carga emocional (en inglés, emotional labor) fue acuñado por primera vez por la socióloga Arlie Russell Hochschild en su libro The Managed Heart: Commercialization of Human Feeling (1983).

Con este término, Hochschild describe el trabajo emocional que las personas realizan con sus sentimientos en el desempeño de ciertos puestos de trabajo. El propósito es crear una apariencia facial y corporal públicamente observable.

Esta competencia suele asociarse a puestos de trabajo relacionados con el trato directo al cliente. Su objetivo de crear una experiencia de cliente agradable. Que sea así, casi forma parte de nuestras expectativas como clientes. Tal es así, que nos cuesta entender un mal gesto en un profesional del sector servicios.

El contexto de esta definición se ciñe, pues, a un escenario laboral con unas normas corporativas determinadas. En muchos casos estas reglas son explícitas aunque también lo son implícitas. Se trata de establecer qué sentimientos y expresiones se consideran adecuados en diferentes situaciones.

La carga emocional implica que el profesional debe ajustar sus emociones y mostrar sentimientos apropiados al contexto. Y esto debe ser así aunque no lo sienta genuinamente, para cumplir con lo que se espera de su rol; es lo que la autora define como acting.

Esta regulación emocional, según la autora, tiene un coste psicológico. Y así, puede llevar al agotamiento emocional, fatiga, estrés, despersonalización, disociación entre la personalidad en el trabajo y la real, etc.

Podemos extender este concepto de carga emocional a un contexto más íntimo y privado; en mayor o menor medida, desde niños aprendemos a ajustar (gestionar) nuestras emociones según las normas sociales de nuestro entorno y el rol que desempeñemos (hijo, pareja, etc.).

Para adaptarnos a esas reglas de los sentimientos podemos desarrollar comportamientos que mantenidos en el tiempo nos conduzcan a suprimir o no reconocer las emociones auténticas o disociarnos de ellas. No es extraño que no sepamos qué debemos sentir en una determinada situación o anulemos sentimientos que consideramos inapropiados.

Estas emociones no reconocidas o no gestionadas, en definitiva, reprimidas, almacenadas y perpetuadas en el tiempo pueden generar una auténtica carga emocional (en el sentido de peso, el término inglés en este caso sería emotional load). La carga emocional se entiende, ahora, como acumulación de tensiones emocionales.

La carga emocional puede dar lugar a patrones de comportamiento disfuncionales o improductivos (de pensamiento y comportamiento). El origien de estos patrones puede tener un fin protector y tratar de evitar que la persona sienta dolor. Y así, la justificación, las quejas y las obligaciones, cuando son utilizados de manera recurrente pueden convertirse en patrones disfuncionales. También lo encontramos en la evasión del conflicto, autosabotaje o procrastinación. Su objetivo, en este caso, es evitar enfrentar la realidad de una situación, postergar el cambio o eludir la responsabilidad

Con el tiempo, este cúmulo de emociones no resueltas puede generar bloqueos emocionales y conflictos internos. En este caso, la capacidad de la persona para reaccionar de manera saludable ante nuevas situaciones se ve afectada.

Cuando las emociones están reprimidas por largo tiempo, con patrones de gestión inadecuada, las consecuencias no se ciñen al bienestar psicológico, sino que pueden afectar a la salud física. Este es el planteamiento de Gabor Maté en su obra Cuando el cuerpo dice no.

Gabor Maté sostiene que el cuerpo puede somatizar el estrés y las emociones reprimidas. Esto puede derivar en enfermedades físicas como condiciones autoinmunes o enfermedades crónicas. Gabor Maté acude al término carga psicosomática (psychosomatic load), para definir el impacto emocional no gestionado en el cuerpo.

Quedémonos con los siguientes términos, para seguir trabajando con ellos:

  • Carga emocional (en el contexto de gestión de las emociones): acumulación de emociones no resueltas, reconocidas ni procesadas, en el tiempo.
  • Patrones (de conducta o pensamiento) improductivos o disfuncionales: conductas repetidas que, aunque tengan en origen un fin protector, limitan el crecimiento emocional.
  • Bloqueos emocionales: imposibilidad de sentir o expresar ciertas emociones de manera sana y funcional. Esto puede manifestarse como apatía, ansiedad crónica, desapego emocional, incapacidad para conectar con la propia emoción, etc.