La función biológica del juicio

La mente humana es reacia a la incertidumbre y a la ambigüedad. Nuestra mente está diseñada para eliminar la angustia que le produce lo desconocido, disponer de una respuesta firme, sin espacio para la confusión.

Ya en 1972, Jerome Kagan, en su publicación Motives and development postuló que la resolución de la incertidumbre era uno de los principales determinantes de nuestro comportamiento.

Ese deseo de los individuos de una respuesta firme a una pregunta y una aversión a la ambigüedad es lo que Arie Kruglanski denominó necesidad de cierre cognitivo (o simplemente, cierre cognitivo).

El cierre cognitivo es el impulso natural del ser humano a la certeza, a alejarnos de la confusión, la ambigüedad y la incertidumbre.

¿Qué pretende esa invitación constante a evitar la incertidumbre? Recordemos que estamos diseñados por (y para) la supervivencia: todas aquellas estrategias que han permitido que estemos ahora aquí (estrategias ganadoras) se han incorporado a nuestro genoma como información para las siguientes generaciones.

La principal herramienta evolutiva es el cerebro. El cerebro surge como respuesta adaptativa en los organismos que inician los primeros movimientos, por la necesidad de disponer de una imagen del entorno en el que vamos a movernos: lo contrario sería muy peligroso.

Lo explica muy bien Eduard Punset en El viaje al poder de la mente, cuando nos presenta las estructuras cerebrales más primitivas que conocemos, las de los tunicados.

No olvidemos este punto, nuestra mente necesita una imagen del exterior, un modelo interno, de lo contrario no nos movemos: sería muy peligroso para nuestra supervivencia.

Eso es precisamente lo que ocurre cuando vivimos en la incertidumbre, que carecemos de esa imagen (interna) tan necesaria (del exterior). En ausencia de esta imagen, la situación es interpretada como peligrosa por nuestra mente: esa es la razón por la que la incertidumbre y lo desconocido, paraliza.

Y hasta que no disponemos de esa imagen interior, no nos movemos.

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Estar diseñados por y para la supervivencia nos lleva a desarrollar un conjunto de herramientas cuya consigna es evitar los falsos negativos. Las consecuencias de un falso positivo son menos dramáticas que las de un falso negativo, que serían fatales:

  • Y así disponemos de las amígdalas, unos radares que exploran el entorno en busca de indicadores de peligro. Las amígdalas están siempre alerta buscando indicios de peligro y reaccionan intensamente a las señales no verbales que emitimos, a los rostros que inspiran poca confianza y expresan temor y detecta las incoherencias entre el lenguaje verbal y el no verbal (especialmente las amígdalas del cerebro femenino). Las amígdalas son los actores protagonistas en los circuitos del miedo.
  • Y con el mismo objetivo, también hemos desarrollado mecanismos que nos permiten evaluar rápidamente si un determinado episodio es positivo o negativo y, por lo tanto, reducir el tiempo que nos exponemos a la incertidumbre.

Los últimos estudios asignan a la corteza prefrontal ventromedial (VMPFC) la función de integrar la mayor parte de la información que se ha procesado en otras partes del cerebro y concederle un valor positivo o negativo.

La VMPFC recibe, así, información multisensorial, emocional y motivacional de los estímulos que le llegan, la evalúa positiva o negativamente, según la experiencia vital previa, y genera los marcadores somáticos que anticipan a nuestro sistema cognitivo las consecuencias de las acciones futuras y por lo tanto, nos permite tomar una decisión.

Sea como fuere, la evolución nos ha dotado de una compleja interacción entre múltiples sistemas neurales que pretenden obtener tan rápido como sea posible, no lo olvidemos, una imagen de lo que acontece en el exterior y cuyo principio máximo es evitar falsos negativos con consecuencias fatales.

Así es como la necesidad de cierre cognitivo nos insta a salir de la zona de incertidumbre, a poner en marcha mecanismos de evaluación rápidos de las situaciones.

Ahora que conocemos su función biológica vamos a hacer una nueva lectura de estos mecanismos de evaluación denominándolos juicios.

El juicio es el resultado de las apreciaciones realizadas sobre una situación basadas en unos valores que, salvo en caso de que se verbalicen o se expliciten de alguna forma, no son conocidos.

¿Qué valores? Aquellos que, por nuestro propio diseño como organismo, nos permiten sobrevivir. Y son aquellos valores que acepta como válidos el entorno social en el que nos desenvolvemos. Porque lo contrario, no adoptar esos valores, haría que el entorno no pudiera prever nuestras reacciones, y por lo tanto podríamos resultar un ente peligroso y de esta manera, seríamos expulsados del grupo.

La traducción ancestral de la expulsión del grupo que realiza nuestra mente de mamíferos es la exposición al peligro. Y para evitarlo acomodamos nuestro comportamiento a lo esperado (y vamos gestando nuestro personaje, que esto es otro tema).

El criterio para establecer un juicio, es por lo tanto, el sistema de valores que la persona que realiza la evaluación pone en juego. De esta forma, si algo caracteriza un juicio es, precisamente, la subjetividad; y así, dos personas que experimentan una misma situación tendrán valoraciones potencialmente diferentes de ella.

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En último término, el juicio que hacemos muestra nuestras creencias sobre las características, atributos y comportamientos que se están produciendo en una situación.

El juicio que emitimos es nuestrra herramienta para configurar rápidamente un escenario en el que vamos a ir adaptando al otro. Es el escenario que entendemos seguro porque nos permite predecir su movimiento. A partir de esta configuración de escenario, de este juicio, generamos unas expectativas sobre las situaciones que vivimos basadas, eso sí, en nuestra experiencia pasada.

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Una intolerancia elevada a la incertidumbre conlleva una necesidad de cierre cognitivo alta y, por lo tanto, la necesidad de poner en marcha mecanismos rápidos de evaluación que nos devuelvan la seguridad, la necesidad biológica de emitir juicios.

Después de haber estudiado la función biológica de los juicios, no nos pueden sorprender las características que aportan los estudios sobre las personas con elevada necesidad de cierre cognitivo, con tendencia a emitir juicios:

  • Cuando tratan de comunicar algo a otras personas, invierten un menor esfuerzo en buscar puntos en común, se centran en sus propios puntos de vista y, de alguna forma, dificultan que el otro entienda lo que quiere transmitir.
  • Suelen tener dificultades para ponerse en el lugar de los demás, intercambiar puntos de vista o empatizar.
  • Prefieren el consenso y la homogeneidad en los equipos y muestran tendencia a rechazar las opiniones discrepantes.
  • Prefieren el orden y la previsibilidad, le incomoda la ambigüedad.
  • Son menos creativas, generan menos ideas y las elaboran con menos profundidad, no destacan por su creatividad.
  • Se sienten cómodos con un estilo de liderazgo autocrático.

Así es como el juicio cierra la puerta al diálogo, a comprender al otro. El juicio no deja margen a la duda; no puede ser de otra manera, ya es esa es su función. El juicio no permite cuestionarse las cosas de otra manera.

Y además, avanzando un paso, en el juicio identificamos a la persona con sus circunstancias, comportamiento, acciones, actitud (nos contamos al otro).  Y de alguna forma le asignamos el calificativo de bueno o malo, condenamos o absolvemos al otro, confundiendo el juicio con el discernimiento o sentido de realidad:

  • Si notamos que la persona se impacienta, se pone nerviosa cuando no suceden las cosas como las ha previsto, etc. (lo que puedo OBSERVAR), ES impaciente.
  • Si la persona se dirige con educación a otro, si cuida sus cosas y las de los demás, si espera su turno, etc. (lo que puedo OBSERVAR) ES educada.
  • Si la persona interrumpe al hablar, si no espera turnos, si trata sin cuidado el material (lo que puedo OBSERVAR) ES irrespetuoso.

Debe ser así si pretendemos que el juicio nos proteja: no puedo detenerme a evaluar la totalidad de sus acciones para valorar si individuo representa una amenaza para mi supervivencia; la extrapolación, vista así, es más que necesaria.

Y de esta manera, en el juicio hay un dictamen (condena) de la esencia del otro. Ahora ya sabes que alejar el juicio es abrir espacio a la incertidumbre, ¿puedes permitirte la incertidumbre? ¿puedes abrirte a observar, a descubrir al otro (no a contártelo)?

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Los sucesos son neutros hasta que los interpretamos: permítete no concluir, tan solo observar y, de esta manera, abrir posibilidades. Y extendamos esto al juicio, no lo juzguemos, observémoslo, llevémoslo a nosotros, ¿qué dice de ti?

Ten en cuenta que, tal como explica David Eagleman en su obra El cerebro, lo más habitual es que interpretemos a los demás desde la perspectiva de quiénes somos y de qué somos capaces.

Si quieres seguir profundizando en el efecto que los juicios tienen en tu equipo, te dejamos el enlace al artículo El poder de las expectativas.