Mitos de la industria de la felicidad

Hablábamos en un artículo previo sobre las cifras de la economía del bienestar. Y a pesar de que las estadísticas que allí se planteaban no refieren al mismo tipo de felicidad o bienestar abrimos paso a varias cuestiones. ¿A dónde conduce la industria que promueve el consumo constante de felicidad? ¿Dónde nos lleva un ideal de felicidad que nos mantiene en búsqueda constante y perpetua?

Russ Harris, autor de La trampa de la felicidad, sugiere que lejos de encontrar la felicidad, podemos adentramos en un círculo vicioso que no hace más que acrecentar la insatisfacción. Y nos propone cuatro mitos alrededor del concepto popular de felicidad, que contribuyen a crear una demanda de soluciones rápidas y sencillas en el ámbito del crecimiento personal.

La felicidad es un estado natural

Esta creencia sugiere que deberíamos sentirnos felices de manera intrínseca, que la felicidad es parte de nuestra condición humana. Si esto fuera así, estaríamos ignorando la complejidad de las emociones humanas. E, igualmente, que experimentar tristeza, ansiedad o frustración es igualmente natural. Forma parte de la vida experimentar un abanico completo de emociones.

Negar estas emociones en favor de un ideal de felicidad perpetua puede llevarnos a sentirnos aún más descontentos con nuestra vida.

Esta creencia está profundamente arraiga en muchas sociedades contemporáneas. Hay una presión constante por mostrar una vida «perfecta», llena de felicidad y éxito, amplificada por las redes sociales.

Diversos autores proponen la auténtica felicidad como un proceso. Un proceso lleno de matices y oportunidades de crecimiento a través de experiencias, relaciones y elecciones que hacemos en cada momento.

Este es el planteamiento que nos proponen Martin Seligman, Daniel Kahneman, Sonja Lyubomirsky, Viktor Frankl y tantos otros.

Si no eres feliz, tienes un problema

La presión por ser feliz puede conducirnos, inicialmente,  a ocultar las emociones que consideramos negativas. Con el tiempo puede llevarnos a sentimientos de aislamiento, inadecuación, insuficiencia y culpa, estrés y ansiedad.

Y podemos enredarnos en un círculo de control contraproducente que arrincone todas esas partes que no nos gustan y rechazamos. Como nos proponía Carl Jung, la clave es la aceptación, lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma.

Aunque suene paradójico, es importante entender que está bien no estar ni sentirse bien. Lo contrario puede llevarnos a buscar la pastilla de las soluciones rápidas y superficiales o a implantar cambios drásticos, sin abordar las causas subyacentes del malestar.

Explorar la tristeza y el dolor puede abrir la puerta a mejorar nuestra propia comprensión. Nos permite encontrar significado y conexión en los desafíos que vivimos. No se trata, por lo tanto, de eliminar las emociones que no nos gustan sino de relacionarnos de una manera funcional con ellas.

Para construir una vida mejor, tienes que deshacerte de los pensamientos negativos

Cualquier cambio que experimentos en la vida, implica cierta zona de incomodidad e incertidumbre. Cualquiera, incluidos aquellos que elegimos, nos apetecen y van a contribuir a posicionarnos donde queremos estar.

También si el cambio elegido está alineado con un propósito mayor que le dé significado con el que sentirnos comprometidos. Es inevitable que surja la frustración y la incertidumbre.

El crecimiento es un proceso incómodo, igual que lo es adquirir nuevas competencias. Nos colocan en zonas donde no nos desenvolvemos bien, donde aún no disponemos de las habilidades para que esa zona nos sea cómoda

El verdadero valor de un proceso de cambio está en la transformación personal que experimentamos en el proceso. El verdadero valor está en la persona que nos convertimos, en las competencias que desarrollamos, en las creencias que incorporamos. Todo ello nos dotan de una nueva identidad. Y la nueva identidad implica, en muchos casos, deshacerse de la vieja: no es un proceso cómodo, en absoluto.

Deberías ser capaz de controlar tus pensamientos y sentimientos

Intentar controlar pensamientos y sentimientos puede ser útil en determinadas situaciones y contextos. Entendemos como tal control, suprimir, cambiar, regular, evitar, etc. No es, desde luego, algo para utilizar de manera sistemática y generalizada, sobre todo si se activa cuando lo que percibimos no nos gusta y nos genera incomodidad.

Dar cabida a un sentimiento que nos gusta y observarlo con apertura, sin juicio, permite recoger la información que nos aporta para, a partir de ahí, poder elegir la acción consciente que consideremos más adecuada.

La emoción es un fenómeno psico fisiológico que, etimológicamente, nos prepara para actuar. Y, como tal, la emoción no puede controlarse. Sí podemos identificar los pensamientos asociados y trabajar en la forma de relacionarnos con ellos.

Solemos tomar nuestros pensamientos de forma literal, como si fueran una verdad irrefutable, absoluta, sin cuestionarlos. Y ahí está la clave, en tomar distancia, en aprender a desidentificarnos con el pensamiento y la historia que nos cuentan.

Las premisas anteriores pueden promover una visión distorsionada del crecimiento personal. Y llevarnos a buscar soluciones fáciles que prometen resultados rápidos y sin esfuerzo. El camino del crecimiento personal, sin embargo, requiere una profunda aceptación de nuestra experiencia interna, conectar con nuestros valores y la acción consciente: ¿empezamos a caminar?