Estamos acostumbrados a una imagen disneializada de las sirenas que poco tiene que ver con la criatura mitológica con torso y rostro femenino y cuerpo de ave que vivía en una isla rocosa frente a Sorrento. En la Edad Media el medio cuerpo de ave se sustituye por una larga cola pisciforme y así llega hasta nuestros días. Y a la película de Walt Disney.
Según nos cuenta Homero en su Odisea, las sirenas disponían de una voz irresistible y seductora con la que invitaban al placer y al conocimiento; era la voz con la que hechizaban a todos los hombres que se acercaban a ellas. Al escuchar su canto, los marineros saltaban del barco para poder escuchar mejor y morían ahogados. E incluso lograban que el capitán dirigiera el barco hacia donde provenía su canto, estrellando la nave contra las rocas y hundiéndola.
Los cantos de sirena suponían una amenaza tal que aquel que escuchaba su voz nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos llenos de alegría.
Y parece ser que su objetivo era tal porque si no conseguían hechizar a los hombres con su canto, una de ellas debía morir.
Según relata la Odisea, su protagonista logró vencer la tentación del canto de las sirenas. En su camino de vuelta a casa después de la Guerra de Troya, Ulises debía de pasar cerca de las islas Sirenuse donde vivían las sirenas. Y aunque quería escuchar el canto de las sirenas, era consciente del riesgo que corría. Para evitarlo hizo que sus marineros se taparan los oídos con cera; de esta forma impedía que la tripulación escucharan a las sirenas.
Y él se amarró al mástil de la nave, con los oídos descubiertos para poder deleitarse con su canto. A su vez, dio instrucciones a sus hombres para que no le desataran, aunque lo suplicara. En caso de ruegos, sus hombres debían reforzar sus ataduras, incumpliendo sus órdenes cuando él no pudiese controlar su voluntad.
Con esta estrategia, Ulises logró escuchar el canto de las sirenas sin morir. Cumpliendo su promesa, las sirenas entregaron la vida de una de las suyas, Parténope. El lugar donde fue enterrada dio lugar, según el mito, a la ciudad de Nápoles.
Ese acuerdo que Ulises formaliza consigo mismo en un momento neutro toma el nombre de contrato de Ulises. Mediante dicho contrato, Ulises se impone barreras para no caer en una tentación futura y fuerza la actuación de una determinada manera.
El término se utilizó en la psiquiatría norteamericana para referirse al documento de voluntades que dicta un paciente en plenitud de facultades. El paciente establece el criterio que guíará las decisiones cuando no pueda tomarlas o sean terceros los que decidan en su nombre, desoyendo incluso lo que manifieste en ese momento de incapacidad.
En un contexto más amplio, el contrato de Ulises puede plantearse como estrategia para vencer la tentación de satisfacer las necesidades inmediatas en aras de una gratificación mayor, a más largo plazo.
Es lo que hacemos cuando queremos concentrarnos en terminar un informe y cerramos el correo electrónico, apagamos el móvil, silenciamos las notificaciones o cualquier otro ladrón de atención. Cuando para hacer deporte quedamos con un amigo o contratamos los servicios de un entrenador personal, estamos firmando nuestro contrato de Ulises. También cuando optamos por una alimentación sana y prescindimos de comida basura en el carro de la compra, etc.
El contrato de Ulises es una herramienta que apoya el principio de realidad frente a su antagónico, al principio del placer. Este pacto consigo mismo permitió a Odiseo no ser destruido por aquello que le fascinaba al eliminar la posibilidad de su ocurrencia.
El contrato de Ulises permite que no se generen expectativas de satisfacción de satisfacción inmediata: muerto el perro, se acabó la rabia. El éxito del contrato de Ulises está relacionado con los factores que intervienen en el sistema regulador de la motivación.
Hernán Cortés firmó su propio contrato de Ulises cuando hundió sus naves en 1519. Acababa de conquistar Méjico y una buena parte de sus hombres, quizás por miedo, quizás por lógica, prefería retirarse. Cortés tomo una decisión drástica y de esta forma dejó claro a sus hombres que no había vuelta atrás.
De modo similar, según cuenta Alejandro Campuzano en su libro Alejandro Magno. La excelencia del liderazgo ante un ejército que triplicaba el suyo, Alejandro Magno mandó quemar todas sus naves. De esta forma dejó claro a sus hombres que Solo hay un camino de vuelta y es por el mar. Caballeros, cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos.
El contrato de Ulises puede ser un aliado clave en un proceso de cambio. Nos permite autoliderarnos al limitar, e incluso impedir, factores disuasivos que pueden dar al traste con nuestros objetivos.