De modo general, toda acción humana está orientada hacia obtener placer o evitar el dolor y el sufrimiento; eso sí, la motivación para hacerlo puede ser consciente o puede tratarse de una decisión insconsciente.
Aunque en modo alguno estamos determinados por nuestros químicos y somos mucho más que neurotransmisores, es conveniente conocer cómo influyen en nuestro organismo, en tanto explicarnos y entendernos, alivia.
Parece haber consenso científico en la intervención de la dopamina en la motivación. El conocimiento que tenemos de este neurotransmisor ha cambiado en los últimos años. Tradicionalmente, la dopamina, conocida como hormona del placer, se asociaba con las sensaciones placenteras. Esta asociación entre placer y motivación positiva hacia una recompensa la convertía en protagonista del sistema de recompensa.
Los últimos estudios indican que también es fundamental cuando se trata de evitar situaciones y estímulos desagradables o dolorosos. Así pues más que del sistema de recompensa, estaríamos hablando del sistema de regulación de la motivación.
De esta forma, nuestra biología se asegura de que deseamos lo que nos hace sentir bien y, también, de que deseamos todo aquello que evita el dolor.
Por lo tanto, la función principal de la dopamina es movernos desde la motivación hasta la acción. Más que intervenir en el refuerzo propiamente dicho, su función es anticiparse a dicho refuerzo, ayudar a reconocer la preeminencia del refuerzo y provocando que queramos más de eso que al hacerlo, nos hace sentir bien. Así, interviene en la superación de obstáculos, en la estimulación de las capacidades o en el interés en la consecución de un fin.
De la misma forma, se produce cuando se genera rechazo, resistencia o aversión; en definitiva, en cualquier situación en la que necesitemos impulso para actuar.
Todo lo nuevo, la incertidumbre, la curiosidad y la expectación aumentan la producción de dopamina, y con ello la atención y el interés. Para ver cómo funciona vamos a centrarnos en cómo elegimos por expectativa de recompensa; el análisis sería similar si tratamos de evitar el dolor.
Utilizando un modelo explicativo podemos asociar la sensación de recompensa a los factores que se indican, tanto en dirección como en intensidad:
- La magnitud del deseo, que está relacionada con la activación del núcleo accumbens. Cuando mayor sera el valor que otorgamos a la gratificación mayor es la descarga de dopamina en el núcleo accumbens. Esto permite centrar la atención, nos devuelve al aquí y ahora, anticipa el placer y los efectos gratificantes de la recompensa.
El núcleo accumbens vincula la necesidad o el deseo con la acción necesaria para obtener el bien de que se trate.
Además de la magnitud de la recompensa, la voluntad para superar las dificultades que impiden la recompensa aumenta la dopamina en el núcleo accumbens. Mientras que cuando nos invade la conformidad o no mostramos interés, la producción de dopamina en esta área es menor.
La magnitud de la recompensa puede leerse en clave de necesidad (falta, privación o carencia) o de anticipación de un premio.
La motivación que mueve al individuo hacia un objetivo será mayor cuanto mayor sea la necesidad del organismo o el atractivo de la recompensa.
Además, el objeto de la motivación puede cambiar según la necesidad que las circunstancias activen en nosotros. Y aquí tendremos en cuenta la pirámide de necesidades de Maslow. Esto nos lleva a un planteamiento interesante: ante una determinada elección, ¿nos movemos por carencia o por anticipación?
- Otro de los factores es la predicción de la recompensa. Lo entendemos como la probabilidad de ocurrencia y la incertidumbre en el estímulo que anticipa la recompensa. Una señal clara de recompensa segura permite alcanzar una conclusión firme sobre el valor de la recompensa y genera una gran liberación de dopamina.
Es la traducción química del modo ahorro de energía que impone nuestro organismo: invertimos esfuerzo y recursos en aquello con altas probabilidades de consecución.
Víctor Vroom, profesor de la Universidad de Yale, basa su teoría de la expectativa en la probabilidad de ocurrencia.
Vroom asocia la probabilidad de ocurrencia con factores como la facilidad de las acciones que debemos emprender, los conocimientos y compentencia necesarios, etc. En definitiva, cuando más viable resulte la consecución de la gratificción, mayor será la motivación.
En un artículo previo hablamos del contrato de Ulises, el compromiso con uno mismo para reducir probabilidad de ocurrencia de una recompensa que queremos limitar.
- La inmediatez de la recompensa activa el núcleo accumbens y, por lo tanto, la motivación hacia su consecución. A su vez, el retraso de la recompensa reduce la activación de la corteza prefrontal.
Por lo tanto, cuanto más inmediata es la recompensa, más confiable es y más dopamina se genera. Esta es la razón por la que, ante una expectativa de satisfacción, sucumbimos a la gratificación inmediata (muy clarificadora la explicación que aporta Robert Lustig en el vídeo que te dejo). Esto se conoce como sesgo del presente, sesgo cortoplacista o descuento hiperbólico.
Como sostiene Hal Hershfield, realmente no fuimos diseñados para pensar en el futuro más lejano porque necesitábamos enfocarnos en mantenernos a nosotros mismos en el aquí y ahora. Estamos diseñados por y para la supervivencia.
La recompensa futura no nos motiva, lo inmediato, sí. Así nos lo aconseja la cultura popular, más vale pájaro en mano que ciento volando, que nos quiten lo bailado, etc. Optar por lo contrario requiere la participación de un proceso consciente, con atención voluntaria y dirigida.
Y los procesos conscientes, la fuerza de voluntad, consumen mucha energía; por eso cuando estamos cansados es más fácil caer en la tentación. Estos procesos se asientan en las regiones prefrontales y ya hemos visto que, cuando se trata de una recompensa retrasada, no se activan de forma preferente.
Optar por una recompensa tardía requiere una estrategia consciente para regular nuestros impulsos y activar el principio de realidad.
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- El esfuerzo que debe realizarse para obtener la gratificación. Cuando mayor sea, menor es la valoración de la recompensa obtenida. De esta forma sopesamos si el esfuerzo que debemos realizar merece la pena frente a la gratificación obtenida. Este factor está contemplado en la teoría de la equidad de John S. Adams, que mide el desequilibrio entre lo que debemos aportar y lo que obtenemos a cambio.
Un mayor esfuerzo activa las zonas cerebrales relacionadas. En caso de esfuerzo motor, el putamen y, en caso de esfuerzo cognitivo, el núcleo cuadado.
Conocer las variables que intervienen en las elecciones que hacemos nos permite darnos un espacio para aportar inteligencia a la elección que hagamos, hacernos cargo (responsabilidad) de nuestras decisiones y generar la respuesta que queremos.