Sostiene Claude Steiner (en su Educación emocional) que aprender educación emocional es como aprender un nuevo idioma. En gran medida, la conciencia de las emociones y la capacidad de aplicarlas de forma inteligente depende de la habilidad de hablar de ellas.
¿Cómo sabemos lo que sentimos? Vamos a revisar 3 escenarios que solemos encontrar en los procesos de acompañamiento:
Escenario 1. Pregunta: ¿Cómo te sientes? Respuesta: Me siento bien (mal, vaya …)
Es habitual que acompañar el verbo sentir de expresiones vagas, generales o imprecisas. Solemos evitar dedicarle tiempo a sentir e identificar de forma clara y concreta nuestras emociones. Y así nos perdemos el mensaje que nuestra experiencia emocional nos aporta, una fuente muy rica de información sobre la forma en que vivenciamos las situaciones y que podemos utilizar para seguir creciendo.
Expresiones de este tipo dificultan, también, la comunicación y la conexión emocional con nuestro oyente. ¿Te posicionas en otro punto cuando, en vez de las primeras respuestas vagas, escuchas estas otras?
Posible respuesta: Me siento tranquila (triste, asustada …)
Escenario 2. Pregunta: ¿Cómo te sientes? Respuesta: Siento que he metido la pata, que no he estado muy acertado
Cuando utilizamos el verbo sentir acompañado de un que, como o un como si estamos expresando un pensamiento. Prueba a sustituir la expresión por creo, pienso, me veo, me percibo.
Posible respuesta: Creo que he metido la pata, que no he estado muy acertado. Pregunta: Avanzamos un paso, ¿y cómo te sientes ante esta situación? Posible respuesta: Estoy asustado
Tiene sentido, ¿verdad? Y es que solemos identificar lo que pensamos del desempeño que hemos tenido (o ha tenido el otro) con lo que sentimos. Esto tiene que ver con la imagen interna de nosotros mismos, o del otro, si lo que siento es que la conducta del otro ha sido una determinada.
Escenario 3. Pregunta: ¿Cómo te sientes? Respuesta: Me siento abandonada
Utilizar el verbo sentir acompañado de un participio que implica una intención por parte del otro expresa, en realidad, algo más complejo. No se trata de un sentimiento directo e inmediato sino de una señal de que algo no está funcionando según pensamos que debería hacerlo. Probemos a sustituir Me siento por Creo, pienso que el otro (me) ha, incluso podemos colocarnos en la posición de sujeto pasivo de la oración.
Posible respuesta: Creo que (el otro) me ha abandonado (que he sido abandonada). Pregunta: Un paso más, ¿y cómo te sientes ante esta situación? Posible respuesta: Me siento sola
También tiene sentido, ¿verdad? Es habitual identificar nuestra interpretación de la motivación del otro (con relación a mí, me hace) con lo que siento.
Al igual que en el caso del escenario 2, este tipo de sentimientos tiene más que ver con el modo en que nos vemos a nosotros mismos, con nuestra forma de vivir una situación que con lo que ha hecho o dejado de hacer el otro.
Y aunque es inevitable que provoquemos sentimientos en los demás y los demás en nosotros, aquí surge un área de trabajo interesante hacia la responsabilidad emocional. Profundicemos en ello para ver de qué manera podemos dejar de ser el sujeto pasivo de la oración.
Observemos nuestras reacciones cuando nos relacionamos con los demás, la mayoría de las veces nos encontramos hablando de nosotros mismos. Es importante que nos demos cuenta de que lo que hace o dice el otro no puede ser la causa, y mucho menos, el motivo por el que lo convertimos en culpable de lo que sentimos.
Y cuando nuestras tendencias emocionales se combinan con las tendencias emocionales del otro y con su comportamiento, el otro actúa como estímulo, como detonante; algo distinto de causar o ser el culpable de lo que sentimos. Y, sin embargo, es fácil responsabilizarlo (en definitiva, culparlo) y justificar nuestra imposibilidad de elegir con expresiones tales como me haces sentir de tal o cual manera.
Solemos resistirnos a responsabilizarnos del impacto que desencadena en nosotros el comportamiento del otro, a trabajar lo que se nos despierta. Nos convencemos de lo que sentimos se debe a lo que el otro ha hecho.
Y entonces, para que nuestros sentimientos cambien, podemos invitar al otro a cambiar utilizando el miedo, la fuerza, la exigencia, la culpa o con medios más sutiles, como la manipulación.
Es importante, también, que nos demos cuenta de que lo único sobre lo que tenemos capacidad de actuar son nuestras conductas. En ningún caso podemos actuar sobre las conductas de otro y ni, mucho menos, sobre los pensamientos ajenos, la forma en que nos ve el otro o la impresión que le causamos.
Estos ejercicios que hemos hecho son el caballo de batalla de los procesos que acompaño:
- La sustitución del término siento por creo o pienso, que nos permite diferenciar el pensamiento del sentimiento.
- El un paso más, ¿cómo te hace sentir eso? Hasta llegar al sentimiento específico del que me puedo hacer cargo (responsabilizar). Y desde ahí podemos empezar a trabajar en la imagen interna que lo produce y en las evaluaciones tácitas que hacemos sobre lo que vivimos.
La primera parada para que las emociones y sentimientos sean una herramienta para nuestro crecimiento es identificarlos y reconocerlos. Es la primera de las competencias que nos propone Claude Steiner para trabajar la educación emocional ¿Empezamos a trabajar tus competencias emocionales?