El rechazo, el asco, más allá de su base evolutiva protectora contra la enfermedad, es un mecanismo de defensa ante marcos valorativos que consideramos degradantes y diferentes del propio.
En su libro El rostro de las emociones, Paul Ekman nos dice que «no es sólo el gusto, el olor, el tacto, el pensamiento, la vista o el sonido lo que puede darnos asco, también las acciones y el aspecto de las personas, o incluso sus ideas».
Y así, en una primera valoración de nuestra realidad, hay cosas que nos atraen y cosas que nos repelen.
La antipatía, la hostilidad y el desprecio dentro del equipo pueden convertirse en auténticas barreras que restan eficacia y productividad en una organización. A menudo trasladamos la discrepancia en un tema o proyecto concreto al enfrentamiento personal dañando la sintonía emocional del equipo.
No somos eficaces si estamos aislados. Necesitamos mantenernos conectados, trabajar en red con nuestro equipo, con otras unidades funcionales y con el cliente.
La realidad es plural y para entenderla se necesitan sensibilidades plurales. Para el líder, un equipo plural es un desafío de gestión.
Desde el acercamiento humilde y activo al otro, sin invadir espacios, escuchando, mirando y reconociendo al otro podemos dar un paso hacia la aceptación, el compañerismo, la colaboración y el respeto.
La diversidad genera progreso cuando aceptamos otras formas de mirar y entender la realidad. Gestionar y reconocer la diversidad equilibra y complementa puntos de vista legítimos aunque parciales.
La diversidad es el ingrediente para que la suma de las individualidades genere sinergias y potencia el aprendizaje de la organización, pilar básico de la resiliencia.